La relación que se establece entre el poder y los seres humanos es una dinámica que he explorado en la mayor parte de mis obras dramáticas, ya sea desde una técnica que deriva hacia la comedia grotesca, ya sea desde una técnica que deriva hacia la tragedia. Incluso, a veces, ambas técnicas se entremezclan haciendo muy difícil distinguir, desde un punto de vista de división meramente formal en géneros dramáticos, cuál de ambas técnicas se están utilizando para crear la atmósfera que envuelve el desarrollo de la acción y de los personajes.
Balanza de los instintos es una de estas obras. Difícil de encasillar, compleja de definir, inabarcable para resumirla en unas pocas líneas. Y todo ello porque Balanza de los instintos se mueve dentro de un mundo turbio, que es y no es al mismo tiempo; un mundo donde todo ya ha sucedido. Habitualmente la tragedia se basa en una ruptura de la armonía inicial y perfecta: una ruptura que el espectador va contemplando paso a paso hasta llegar a una explosión final que sorprende y genera, como dirían los tratadistas clásicos, miedo y pasión en el espectador; en definitiva, la catarsis. En Balanza de los instintos nos encontramos con un mundo inicial que se podría calificar como de armonía absurda, basado en una incapacidad fundamental para la comunicación entre los distintos personajes. En ese mundo ya ha sucedido la tragedia, pero los personajes que la conocen la silencian o no se enfrentan a ella, generándose así un ambiente en el que las palabras son más importantes por lo que intentan encubrir que por lo que descubren.
Balanza de los instintos muestra la alteración del concepto de catarsis que devendría de mezclar el Edipo Rey de Sófocles con el Mulholand Drive de David Lynch. Deberíamos hablar entonces de una especie de sugerencia catártica, desde la cual el espectador está obligado a completar la historia desde su propia relación subconsciente con las palabras que visten a cada uno de los personajes.
Todos los seres humanos son víctimas del poder que los secuestra. Balanza de los instintos es uno de los vehículos que yo he encontrado para traducir este inefable sinsentido de la existencia.